He tratado con algunos amigos portugueses la cuestión de la unidad ibérica. Casi siempre surge la sonrisa entre incrédula e irónica. Cuando ven que se trata de algo serio y no de un "comentario de bar" se muestran dos actitudes. La primera es el lógico discurso victimista de la entidad pequeña que se une a la grande y que no acaba de creerse eso de la "igualdad de condiciones". Es normal, pero las condiciones económicas de los portugueses mejorarían sin duda, lo que a muchos les hace pensar más allá de otros planteamientos.
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El otro sentimiento, este más profundo y arraigado es el nacionalista. Portugal es una nación antigua, madre de muchas otras otras naciones modernas, dueña de un pasado glorioso, y lógicamente orgullosa de su imperio pero también temerosa de sus enemigos seculares, o al menos de los enemigos que sus historiadores le han dicho que tienen o han tenido y contra los que han forjado su nación. Esta visión nacionalista histórica marca como enemigo único a España e incluso, aún hoy se habla de Castilla, "Castela", más que de España como el enemigo histórico de Portugal. Ante esto hay poco arreglo ya que son sensaciones arraigadas, estudiadas desde el colegio durante siglos y aunque los tiempos han cambiado y hace casi dosicientos años que España y Portugal no se han enfrentado militarmente, la idea de la Batalla de Aljubarrota, como afirmación anti-castellana y por tanto portuguesa, se mantiene más vivo que nunca en el imaginario nacional. Hace falta tiempo y una lectura moderna y no victimista de la historia lusitana. España y los españoles necesitamos conocer, valorar y apreciar la misión histórica lusitana para acercarnos cada vez más y que se aumente el compromiso con un fecundo pasado común y que la unión sólo ofrezca ventajas de futuro y se llegue a ella de forma natural.